Dehesas Campo Oliva

El Campo Oliva es una finca comunal con una superficie de 10.300 hectáreas. Se extiende entre los pueblos de Oliva de la Frontera y Valencia del Mombuey.
Empieza a 3.250 metros del pueblo. Tiene una longitud de 11 kilómetros y se queda a 4.800 m. del vecino pueblo de Valencia. La anchura aproximada es de 10 km. y el perímetro abarca unos 45 kilómetros.

Lo atraviesa por completo, de este a oeste, la carretera de Oliva dirección a Valencia del Mombuey, la EX-307.

En la parte sur, durante unos cuantos kilómetros sigue el curso del río Ardila, que hace de frontera natural entre Oliva y Barrancos (Portugal).
Todo el campo Oliva es una enorme dehesa. La encina es el árbol por excelencia. La mayoría de ellas son centenarias y van desapareciendo, a veces, de un modo preocupante. Afortunadamente, hace ya algunos años, se han empezado a repoblar algunas zonas.

La jara es el matorral que más abunda. Hace unos treinta años había cerros enteros cubiertos de jaras. Después se empezó con la labor de limpieza del matorral y se han recuperado muchas tierras para el cultivo. Pero en los lugares más pedregosos o en las zonas más abruptas, aquellas donde no se puede cultivar, es necesario mantener los jarales. No nos olvidemos de que son el hábitat natural de muchas especies animales que en ellas encuentran protección y cobijo. También especies vegetales, que bajo su abrigo pueden desarrollarse en su plenitud. Un buen ejemplo son los gurumelos que han sufrido una notable merma al desaparecer las jaras. Este arbusto no llama demasiado la atención, pero su flor es especialmente bella. En la primavera, cuando están en plena floración, los cerros se cubren de una belleza insólita.

El ganado que más abunda en el Campo Oliva es el ganado lanar con unas once mil ovejas. De ganado caprino hay unas tres mil cabras. En menor proporción hay cerdos y vacas. El ganado vacuno sobrepasa las trescientas cabezas y se registran unos quinientos cochinos para la montanera, aunque esta cifra varía cada año.

La fauna salvaje es muy variada y es una gozada para cualquier amante de la naturaleza. Desde los que surcan el cielo como buitres, búhos, milanos o cigüeñas, hasta los que les gusta la tierra como comadrejas, zorros, liebres o jabalíes. Los cerros llenos de piedras, que la naturaleza ha colocado a su antojo, son el mejor refugio y guarida para estas especies.

Choza con Burrera

No se sabe con certeza el origen de las chozas del campo Oliva, pero parece que se remontan a la época celta.
La mayoría de los ancianos de nuestro pueblo han vivido o han pasado algún tiempo en una choza. Y es que la vida de gran parte de los oliveros estaba en el campo. Las chozas estaban muy juntas unas de otras, algunas a escasos metros. Cuando un hijo se casaba construía una choza cerca de sus padres. Familias muy numerosas, con cuatro o cinco hijos de media, vivían en escasos metros. Y es que, por aquellos tiempos la tierra era muy importante, de ella salía todo el sustento de la familia. Por eso se pretendía tener el máximo de tierra y que la choza ocupara el mínimo espacio.
Las primeras chozas, las más antiguas eran siempre redondas.
Posteriormente, cuando la cama se fue modernizando aparecieron las chozas rectangulares, que se llaman cabañas o cabanas. Aunque el nombre más extendido es el de chozas o chozos, cualquiera que sea su forma.

Se construían en la parte más elevada del terreno para mantenerlas alejadas de la humedad y el barro en época de lluvias.

Al lado de la choza siempre estaba la burrera, lugar de cobijo para las bestias (los burros y los mulos), imprescindibles para el trabajo de aquella época. Una de las paredes de la choza servía para su construcción, de este modo quedaba unida al conjunto, aunque tenían la puerta independiente una de otra.
Entre los restos de chozas más antiguas se puede ver como la burrera estaba comunicada con la choza con un amplio hueco al medio de manera que desde el interior se podía pasar de un sitio a otro. Este hueco no tenía puerta, pero al no ser de mucha altura permitía el paso de un hombre a la burrera, mientras que las bestias no podían pasar a la choza. Se supone, que en tiempos de escasez de leña, con el calor que desprendían los animales era suficiente para mantener la choza a una buena temperatura durante los fríos del invierno.

EL HORNOAl principio las chozas no tenían horno. Todavía hay restos de lo que eran una especie de hornos comunitarios. Allí se desplazaban todos los vecinos de las chozas más próximas para cocer el pan.
Con el tiempo todas las chozas tuvieron un horno propio, para así facilitar la labor y no tener que desplazarse a veces durante varios kilómetros. Por aquellos tiempos se venía al pueblo sólo unas tres o cuatro veces al año, principalmente en las fiestas. En el campo se las tenían que apañar para comer lo que tuvieran, por eso el horno cumplía una función muy importante, que era la de abastecer de pan a la familia. Recordemos que el pan era el alimento básico. En una misma hornada se hacían veinticinco o treinta panes (de más de un kilo) y hasta que no se terminaba al cabo de siete u ocho días (dependía del número de comensales) no se volvía a hacer de nuevo. No estaba permitido ningún tipo de derroche, eran muchas las bocas a comer y muy poco lo que tenían para poner en la mesa.

El paraje de VillasirgaEs el lugar adecuado para pasar un día de campo, en un entorno único, donde se respira paz y armonía.
Las aguas del embalse se reflejan como un espejo. Las encinas y las nubes aparecen en el fondo y agua y cielo se funden en un abrazo de color azul intenso.
Unos amplios merenderos de piedra serán los aliados para disfrutar de una estupenda comida. Y es que en el campo, al aire libre, todo tiene un sabor diferente, todo sabe mucho mejor.