Existe preocupación por la adicción al teléfono móvil y al resto de dispositivos electrónicos, tanto que el Consejo de Ministros ha aprobado en su última reunión incluir estas conductas en su estrategia nacional contra las drogas. Sin embargo, parece que la adicción al smartphone no existe como tal, que lo que nos crea dependencia, como si de una droga se tratara, es la interacción social que este dispositivo nos proporciona. Estos dispositivos nos permiten relacionarnos con el mundo, que nos reconozcan y que nos acepten. Es la conclusión a la que se llega en  un estudio científico llevado a cabo por la Universidad McGill y publicado en la revista Frontiers in Psychology, que sugiere que los psicólogos que tratan ya estos casos de dependencia pueden estar enfocando mal el problema y, por tanto, las soluciones.

Recuerdan los expertos que han realizado este estudio que el deseo de observar y controlar a los demás, así como el de ser visto y monitoreado por otros, se encuentra en lo profundo de nuestro pasado evolutivo. Esta seña de identidad convierte al ser humano en una especie “exclusivamente social” que hace que las personas “requieren la contribución constante de los demás para buscar una guía para el comportamiento culturalmente apropiado”. También es una forma de que encuentren significado, objetivos y un sentido de identidad.

En el estudio se comprobó cómo lo que en un principio eran impulsos saludables proporcionados por la tecnología se convertían en una adicción insana por culpa de una ansiedad común: la de aprovechar el deseo humano de conectarse con otras personas. Así, los teléfonos inteligentes aprovechan una necesidad normal y saludable de sociabilidad, pero el ritmo y la escala de la hiperconectividad de nuestra sociedad empuja al sistema de recompensa del cerebro a funcionar a toda marcha, lo que puede conducir a adicciones no saludables.

En determinados ambientes en los que los alimentos son abundantes y fácilmente disponibles, y nuestros antojos de grasa y azúcar, pueden llevar a  entrar en una sobremarcha insaciable y a la obesidad, diabetes y enfermedades del corazón, las necesidades pro-sociales y las recompensas del uso de teléfonos inteligentes como medio para conectarse pueden ser secuestradas de manera similar para producir un teatro maníaco de monitoreo hipersocial, según el estudio.

Lo que se pretende es ofrecer algunas buenas noticias y demostrar que nuestro deseo de interacción humana es adictivo y que hay soluciones bastante simples para tratar con esto. Este es el diagnóstico, pero el estudio cita, entre otras, la de desactivar las notificaciones automáticas y configurar los horarios adecuados para verificar el teléfono como vías para“recuperar el control sobre la adicción a los teléfonos inteligentes.

Para conseguirlo, tendencias como la de prohibir correos electrónicos del trabajo fuera del horario laboral, cada vez más demandadas en países como Francia, pueden dar buen resultado. En lugar de comenzar a regular a las compañías tecnológicas o el uso de estos dispositivos, debemos comenzar a tener una conversación sobre la forma adecuada de usar los teléfonos inteligentes.